Vamos... ¿a dónde?
Aunque hacia mediados del siglo XIX existieron pequeños núcleos de emigrantes italianos en América que salieron con frecuencia al extranjero tras el fracaso de los diversos levantamientos del Risorgimento, un flujo migratorio de cierta envergadura se dirigió, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, primero hacia los países europeos e implicó primero a las regiones septentrionales - Liguria sobre todo - y sólo más tarde a las meridionales, que sin embargo mostraron una clara preferencia por los destinos ultramarinos.
Lo que marcaba la elección entre las dos Américas era disponer o no de dinero para invertir en la expatriación. Era más caro ir a América Latina, donde las perspectivas económicas eran mejores, los problemas lingüísticos más fáciles de superar y las diferencias culturales menores. Por otra parte, el billete a Estados Unidos costaba menos y era fácil, en un país en rápido desarrollo, encontrar trabajo, aunque poco o nada cualificado, en la agricultura o en empresas industriales. Además, trabajar en la construcción de infraestructuras permitía a veces un ritmo estacional que permitía regresar periódicamente a casa si se deseaba.