La emigración de italianos a través de los Alpes, hacia el centro y el norte de Europa, siempre ha sido activa, incluso cuando se afianzaron los grandes flujos de emigración transoceánica. Sin embargo, su carácter estacional o al menos temporal siempre ha dificultado su cuantificación precisa.
Debido principalmente a las restricciones estadounidenses a la entrada de nuevos inmigrantes en el país, el flujo hacia Europa superó a otros destinos, en particular Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, pero también Gran Bretaña. Estos países necesitaban mano de obra barata y, en la inmediata posguerra, habían llegado a acuerdos con el gobierno italiano: jóvenes trabajadores destinados principalmente a las minas de Europa a cambio de materias primas y fuentes de energía, sobre todo carbón.
Así, para resolver los dramáticos problemas de desempleo de una Italia puesta de rodillas por la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1945 el gobierno italiano incentivó los flujos de emigración "asistida", casi exclusivamente masculina, hacia países europeos, que mantendrían un marcado carácter transitorio dada su relativa proximidad a Italia, aunque comenzaron a formarse comunidades de italianos residentes permanentes, especialmente en Bélgica, Suiza y Alemania.
