Los puertos de embarque de los emigrantes eran Génova, Nápoles y Palermo.
Se llegaba a los países europeos en tren y también al puerto francés de Le Havre, desde donde era más fácil para los emigrantes del norte embarcar hacia destinos americanos. El número de salidas creció -torrencialmente- hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial: fue "la gran emigración".
Al final del conflicto y debido al cierre progresivo de las salidas americanas, se reanudó el éxodo hacia destinos europeos, pero con un número reducido de expatriados. Trieste se sumó a los demás puertos.
Tras la Segunda Guerra Mundial, se reanudaron las salidas a todos los destinos, ya fueran continentales o intercontinentales, con un aumento considerable de las cifras.