Al menos hasta finales del siglo XIX, los armadores italianos transportaban a los emigrantes con una flota obsoleta de veleros a los que se llamaba, con razón, "los barcos de Lázaro". El viaje, que, incluso en los primeros años del siglo pasado, podía durar hasta un mes, se hacía en condiciones de vida inimaginables hoy en día. La peor situación era el alojamiento.
Las literas, todas en la parte inferior de la nave, daban a pasillos que en su mayoría sólo recibían aire de las escotillas. Literalmente, no había espacio habitable en ellas. En consecuencia, por las mañanas, hiciera el tiempo que hiciera, todo el mundo se veía obligado a trasladarse a las cubiertas: las enfermedades -pulmonares e intestinales sobre todo- estaban a la orden del día y la mortalidad también era elevada.
Con la construcción en los años veinte de los grandes vapores de crucero, que seguían transportando a un gran número de emigrantes, la duración del viaje y las condiciones de vida a bordo mejoraron considerablemente.