La pluma es una herramienta poco dócil en manos de quien no sabe utilizarla y, por eso, las cartas de los emigrantes a menudo no decían "nada". Las remesas, en cambio, atestiguaban, sin posibilidad de equívoco, que el trabajo y la salud no faltaban y que el proyecto migratorio se realizaba. Esos ahorros duramente ganados, que levantaron la fortuna de tantas familias, fueron también un pilar del desarrollo industrial de nuestro país.
Según un estudio de Francesco Balletta, en los primeros quince años del siglo XX, el importe de las remesas procedentes del extranjero superaba anualmente los ingresos por impuestos directos cobrados por el Estado italiano.
En realidad, eran aún mayores, ya que el estudio se refiere únicamente a lo recaudado a través del Banco di Napoli, única entidad de crédito a la que se encomendó institucionalmente esta tarea desde 1901. Por tanto, escapan al cálculo los ahorros enviados desde el extranjero a través de un sinnúmero de "banqueros" y pequeños banqueros, por no hablar de los enviados o traídos "en mano" a Italia. Por supuesto, las remesas servían ante todo para saldar las deudas pasadas de la familia y las contraídas para financiar la expatriación.
Naturalmente, la relación con Italia no terminaba con las remesas a las familias. Incluso durante las catástrofes naturales, como terremotos e inundaciones, las comunidades de todo el mundo enviaban dinero a casa. Una respuesta igualmente generosa se produjo durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, cuando no sólo llegó dinero del extranjero, sino también hombres dispuestos a alistarse.
Incluso en los años treinta, durante las sanciones contra Italia por la guerra de Etiopía, los emigrantes y sus descendientes aportaron su contribución concreta.