Cuando en las últimas décadas del siglo XIX se intensificaron las salidas hacia América, el viaje en barco duraba incluso más de un mes y se realizaba en condiciones lamentables. De hecho, hasta la aprobación de la ley de 31 de enero de 1901, no existía ninguna regulación de los aspectos sanitarios de la emigración y, todavía en 1900, la situación del transporte en barco de los emigrantes era resumida así por un médico: "La higiene y la limpieza están constantemente reñidas con la especulación. Falta espacio, falta aire".
Las literas de los emigrantes se construían en dos o tres pasillos y recibían el aire principalmente a través de las escotillas. La altura mínima de los pasillos oscilaba entre un metro y sesenta centímetros para el primero, empezando por arriba, y un metro y noventa centímetros para el segundo. Las enfermedades, sobre todo bronquiales y respiratorias, eran frecuentes en los dormitorios así acondicionados. Para subrayar la falta de las normas higiénicas más elementales, cabe mencionar el problema del almacenamiento del agua potable, que se guardaba en cajas de hierro revestidas de cemento. Debido al balanceo del barco, el cemento tendía a desmoronarse, enturbiando el agua que, al entrar en contacto con el hierro oxidado, adquiría un color rojizo y así era consumida por los emigrantes al no haber destiladores a bordo.
La comida, aparte del hecho de que los emigrantes eran analfabetos o no conocían bien las normas alimentarias, se preparaba siguiendo una serie de alternancias constantes entre días de "grasa" y días de "magro", días de "café" y días de "arroz". Además, en función de la prevalencia de norteños o sureños a bordo, se preparaban comidas a base de arroz o pasta (macarrones). Desde el punto de vista dietético, la ración alimentaria diaria era suficientemente rica en proteínas y, en cualquier caso, superior en cantidad y calidad a la dieta habitual del emigrante.
El viaje transoceánico
A partir de las estadísticas sanitarias de la Comisaría General de Emigración y de los informes anuales redactados por los oficiales navales encargados del servicio de emigración, ambos relativos a la morbilidad y mortalidad de los emigrantes en sus viajes de ida y vuelta desde América del Norte y del Sur, es posible esbozar un cuadro de la situación sanitaria de la emigración transoceánica italiana de 1903 a 1925 que, si bien adolece de los límites de la parcialidad y discrecionalidad del sistema de encuestas, permite establecer algunos elementos básicos de la dinámica sanitaria del flujo a los que pueden remitirse las vastas casuísticas de los informes y cuadernos de bitácora. El estado de desorganización de los servicios sanitarios para la emigración, tanto en tierra como a bordo, hace que las tablas estadísticas adquieran el carácter de indicadores generales de las dimensiones que asume el problema sanitario en el ámbito de la experiencia migratoria masiva, pero hace problemática su utilización para el estudio de patologías específicas. De hecho, los datos recogidos por las estadísticas se refieren a enfermedades constatadas durante el viaje por el médico del gobierno o el comisario de viaje, excluyendo así de la encuesta a un cierto número de emigrantes que, por diferentes motivos, debido a una desconfianza generalizada hacia la profesión médica o al miedo a ser rechazados por enfermedad en el país de destino u hospitalizados una vez repatriados, no precisaron asistencia sanitaria. Una gran parte del flujo migratorio escapaba entonces por completo a cualquier forma de control sanitario, bien porque embarcaban y desembarcaban en puertos extranjeros, bien porque viajaban en barcos sin servicios sanitarios, bien porque embarcaban de formas semiclandestinas toleradas por muchas compañías navieras. Parece, por tanto, evidente que cualquier intento de estimar sistemáticamente la "cuestión sanitaria" de la emigración transoceánica a partir de las fuentes elaboradas a nivel oficial por el servicio sanitario para la emigración presenta datos ampliamente infravalorados en comparación con las dimensiones reales que asume el problema de la salud y la enfermedad en los viajes transoceánicos.
A pesar de las limitaciones y parcialidad del muestreo, las estadísticas sanitarias de los viajes transoceánicos siguen siendo una de las pocas herramientas disponibles para iniciar una serie de reflexiones que vinculen el fenómeno de la emigración transoceánica con las condiciones sociosanitarias de las clases subalternas entre los siglos XIX y XX. Un análisis de las cifras proporcionadas por las estadísticas para el período 1903-1925 muestra claramente la persistencia a lo largo del período considerado de determinadas enfermedades tanto en los viajes de ida como en los de vuelta desde América. Aunque queda fuera del alcance de esta investigación evaluar la definición del flujo transoceánico en relación con la propagación de patologías masivas (pelagra, paludismo, tuberculosis) en Italia, debido a la complejidad de los elementos que concurren en la determinación de la elección migratoria en zonas del país profundamente diversificadas en términos de estructura económica y social, no se puede, sin embargo, dejar de observar cómo algunas de estas patologías están masivamente presentes en las estadísticas sobre morbilidad durante los viajes transoceánicos. Típico es el caso del paludismo, que arroja los índices más elevados en los viajes de ida tanto a América del Norte como a América del Sur, sólo superado por el sarampión. En los viajes al Sur, el número de enfermos de tracomatosis y sarna también es significativo, mientras que en el viaje de vuelta, el tracoma y la tuberculosis prevalecen sobre las demás enfermedades y, aunque con índices más bajos, la anquilostomiasis, que está completamente ausente de las estadísticas de ida. En las repatriaciones procedentes del Norte, las cifras más elevadas las dan la tuberculosis pulmonar y el tracoma. Esta última enfermedad, aunque no presenta cifras especialmente elevadas, es más prevalente que en los viajes de ida. Las tasas de mortalidad y morbilidad en los viajes transoceánicos, aunque no alcanzan picos muy elevados, son sin embargo más altas en los viajes hacia y desde América del Sur, hacia donde se dirigieron las corrientes migratorias con fuerte prevalencia de grupos familiares. El dato de la elevada morbilidad constante en los viajes de regreso parece especialmente significativo en el caso de los repatriados procedentes de América del Norte. De hecho, el flujo migratorio hacia Estados Unidos estaba compuesto principalmente por personas en buen estado físico y en el grupo de edad más apto físicamente, debido tanto a un proceso de autoselección de la mano de obra que optaba por emigrar como a los estrictos controles sanitarios activados por Estados Unidos contra la emigración europea.
AUGUSTA MOLINARI, Los barcos de Lázaro. Aspectos sanitarios de la emigración transoceánica italiana: el viaje por mar, Milán 1988, pp.139-142.