Los emigrantes, en su mayoría campesinos, también se dedicaban a labores agrícolas en el extranjero -pero sólo si se veían obligados a ello-, participaban en la deforestación o recuperación de tierras baldías, se empleaban como mano de obra no cualificada en la construcción de las grandes vías de comunicación, los ferrocarriles, los mayores proyectos de construcción y, por último, en los trabajos pesados de las minas. El historiador Rudolph Vecoli escribe de ellos que acabaron "con una pala y un pico".
Se sabe que aproximadamente la mitad de los emigrantes regresaron definitivamente a Italia. Si nos referimos, como ejemplo, a los Estados Unidos, la "campaña de emigración" del cincuenta por ciento de los hombres que partieron duró sólo unos pocos años.
Su elección tenía casi siempre estas características: negarse a conocer el país al que llegaban y, por tanto, no integrarse y tener un conocimiento mínimo del idioma; ahorrar todo lo posible y en el menor tiempo posible para apresurar el regreso; aceptar, en consecuencia, no sólo una carga de trabajo exagerada sino también un nivel de vida que calificarlo de espartano se queda corto. Naturalmente, muchos repitieron estas estancias varias veces, facilitadas en esto por la mejora de las condiciones de viaje también en cuanto al tiempo necesario para la travesía.
La zona de origen dio lugar a determinados oficios. Tomando como ejemplo el éxodo a Australia, se observa que los emigrantes de zonas montañosas se dedicaron a la explotación forestal o se convirtieron en cortadores de caña de azúcar en Australia Occidental; los de zonas bajas se dedicaron a la agricultura o entraron en el sector terciario.
En Europa también se observa una "vocación" precisa en la elección de las rutas migratorias: la dirección del flujo apuntaba hacia países occidentales u orientales en relación con la posición geográfica de las regiones de origen: del Piamonte se dirigían hacia Francia y del Véneto hacia el Imperio Austrohúngaro.