Las calles de Little Italy, como se llamaba el barrio italiano en Estados Unidos, eran estrechas, estaban abarrotadas, sucias y dominadas por conventillos ruinosos. A menudo, tenían baños comunes (en los rellanos o en el patio) y la entrada a callejones casi inhabitables y oscuros.
El inmigrante recién llegado a la nueva realidad se refugiaba en la "Pequeña Italia" y, oprimido por la nostalgia y una profunda soledad interior, encontraba alivio y evasión en integrarse en un grupo que reproducía sustancialmente los valores y códigos de comportamiento del de origen. En cambio, en Buenos Aires los emigrantes, no sólo italianos, encontraron alojamiento, en la zona cercana al puerto, en edificios antaño señoriales que habían sido transformados en hogares para inmigrantes, los conventillos.
El esquema clásico de los conventillos tenía forma de paralelepípedo, planta baja y primer piso, con un patio interior en el que se compartían los servicios esenciales. Fotos animadas de conventillos de Buenos Aires y de la calle Mulberry de Nueva York nos ayudan a comprender cómo estos lugares se convirtieron en centros comunitarios de reproducción y distribución de la cultura.
Este fue el origen de los barrios italianos de las grandes ciudades americanas, con nombres variados, pero en los que las calles tenían la función de plazas de pueblo, de lugares donde se reestructuraba y condensaba un patrimonio cultural común, suspendido entre antiguas raíces y nuevas "fronteras".
Más tarde, la adquisición de un hogar propio se convirtió en uno de los "signos" más tranquilizadores del camino recorrido y de los "progresos" realizados: el hogar es el lugar donde cada uno puede ser simplemente él mismo.
La casa es a la vez nido y fortaleza; refugio de quienes tienen "dentro de Italia, fuera de América", aún mucho por conquistar. Y las fotos son casi biografías escritas por los propios emigrantes.
Del Archivo Cresci, dos testimonios diferentes: Augustin Storace es comerciante y bombero en Lima. Bien educado, utiliza el objetivo para captar escenas de la vida familiar. Benny Moscardini, trasplantado a Boston, hace un uso menos privado de la fotografía: retrata a jóvenes y chicas del barrio, las calles bordeadas de banderas en honor del general Díaz y, en un viaje a Italia, incluso un muelle del puerto de Nueva York. El mundo de Storace gira en torno al hogar y al taller; el de Moscardini se proyecta hacia el exterior.